La plata de Judas by Steven Savile

La plata de Judas by Steven Savile

autor:Steven Savile [Savile, Steven]
La lengua: spa
Format: epub, azw3
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 19

Control

Sir Charles Wyndham hizo una llamada cerca de la media noche. Lo cogieron a la tercera llamada. Respondió una voz somnolienta que preguntó:

—¿Está bien así?

—Si el hombre calvo tiene una cadena en la lengua, ¿cómo puede hablar? —dijo sir Charles con cuidado de pronunciar cuidadosamente cada palabra. Era un estúpido gambito de apertura. Cualquiera que estuviese controlando la línea sentiría curiosidad de inmediato.

—Dígalo de nuevo —dijo el hombre al otro lado del hilo. El viejo podía escuchar el adormilado tono de su afeminada voz.

—Si el hombre calvo tiene una cadena en la lengua, ¿cómo puede hablar?

—¡Ay, por Dios! ¿Pero tú tienes idea de la hora que es? —Sir Charles no sentía pena por su interlocutor. Se sentiría seguro, cómodo en su vida distante. Como tantos otros en los puestos superiores del negocio había llegado a pensar que el horario de nueve a cinco era suficiente. Las llamadas nocturnas, las palabras clave y las reuniones clandestinas eran para los machaca que hacían el trabajo de base.

—Tenemos que hablar.

—Ya estamos hablando, habla.

—La línea no es segura. Nos vemos bajo la fagus sylvatica. Con las primeras luces. Hay cosas que tenemos que tratar y que solo podemos hacerlo cara a cara.

Y sir Charles colgó el teléfono antes de que el otro pudiera protestar.

Max, el mayordomo del viejo, empujaba la silla de ruedas sobre las hojas y ramillas del sendero conocido localmente como «Camino podrido». El lugar era más bonito que el nombre. Acababan de despertar los pájaros y hacían coro en el amanecer de la ciudad de Londres. El césped recién cortado de Hyde Park aún brillaba bajo los miles de minúsculos diamantes del rocío. El aire estaba transparente, limpio. Era uno de esos momentos en los que Londres aún no pensaba que pronto estaría sofocándose con la polución.

Un poco más adelante, los jinetes de la Guardia Real estaban dándole un paseo a sus monturas. El tamborileo de los cascos reverberaba en el suelo, y a su paso sir Charles lo notó a través de la estructura metálica de su silla. Llevaba una manta sobre las rodillas y un periódico doblado sobre la manta. Unos cuantos corredores matutinos se cruzaban por el sendero. Grasa y carne vibrando aleatoriamente. Una mujer con una melena recogida caminaba cerca de ellos con un perrito minúsculo saltando a su lado. Al viejo siempre le sorprendía cómo cierto tipo de dueño se iba pareciendo inconscientemente a su mascota y viceversa, como si fueran su descendencia. «Dos patas bien, cuatro patas mal», pensó irónicamente el viejo, mientras observaba alejarse las seductoras caderas en movimiento.

A sir Charles le gustaba el parque por las mañanas. Vibraba con muchas especies de vidas, no solo los corredores, los pájaros, las ardillas o los zorros. Era un microcosmos que representaba a la ciudad. A lo lejos vio a un hombre alto con traje impecable y sombrero de hongo caminando hacia lo que una vez había sido la puerta de Tyburn, cerca de Speakers Córner. Incluso a aquella distancia lo reconoció de inmediato. Caminaba con ese paso saltarín típico de los escolares larguiruchos.



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